La lucha de millones de mujeres trabajadoras a lo largo y ancho del mundo en los últimos años ha despertado una enorme simpatía y solidaridad entre quienes, de una forma u otra, sufrimos la opresión del sistema capitalista.

En respuesta al enorme movimiento de uno de los sectores más explotados de la sociedad, hemos visto el intento de reconocidas representantes de las élites económicas de presentarse como defensoras de los derechos de “todas”. Quieren quitarle a nuestra lucha todo el contenido revolucionario, descafeinarlo y presentar la lucha de las mujeres a nivel internacional como un feminismo vacío e inofensivo para las élites que promueven la explotación de la mujer trabajadora. Nos referimos a personajes como Cristina Cifuentes, Angela Merkel, la presidenta del FMI Christine Lagarde, o incluso ¡Ivanka Trump!

Entre mujeres también existen las clases

De forma absolutamente hipócrita y consciente se presentan como defensoras de los derechos de la mujer, hacen cumbres y actos internacionales para escenificar que ellas también forman parte del movimiento por la liberación de la mujer. Quieren hacernos creer que todas somos iguales, que el problema consiste en que no hay más mujeres en los altos cargos de los bancos, en los consejos de administración de las empresas y en las instituciones. ¡Pero nada más lejos de la realidad! Lo cierto es que nuestra vida nada tiene que ver con la vida de estas millonarias. El comportamiento de estas individuas no es ninguna sorpresa. Sus intereses de clase están por encima de todo. Al fin y al cabo defienden el sistema que las coloca en una situación privilegiada y no sufren ningún dilema moral cuando desahucian a mujeres con niños, cuando recortan las partidas para las víctimas de la violencia machista, cuando cierran escuelas infantiles o aprueban reformas laborales para explotarnos aún más.

Lo que sí resulta realmente increíble es tener que escuchar de boca de algunas y algunos activistas, incluso de destacados representantes de organizaciones de izquierda como Íñigo Errejón, argumentos a favor de la llamada “maternidad subrogada” para intentar enmascarar lo que realmente significa: “vientres de alquiler”. Y es que parece ser que el hecho de que las mujeres puedan alquilar su cuerpo para tener hijos para otros a cambio de dinero es algo legítimo que entra dentro de las libertades a las que las mujeres debemos ¡¡tener derecho!!

Sin embargo, no hace falta ser un gran sociólogo para saber que ni Ivanka Trump ni Cristina Cifuentes se prestarían a alquilar su vientre. Únicamente las mujeres golpeadas por situaciones económicas extremadamente difíciles y víctimas de la necesidad más acuciante serán las que se vean obligadas a “ejercer ese derecho”. Plantear que se pueden utilizar mujeres como recipientes o máquinas para fabricar bebés no tiene nada de feminista ni de revolucionario. Plantear la legalidad de esta práctica de la que, como siempre, disfrutarán los ricos a costa de que las más humildes vendan su cuerpo por necesidad no es ningún derecho. Es una atrocidad y una nueva y cruel forma de explotación.

Nuestro cuerpo no es una mercancía

La lucha por sobrevivir no es ninguna elección libre, igual que no estamos en igualdad de condiciones con un empresario cuando firmamos un contrato basura para poder pagar las facturas. No es nada liberador vender nuestra matriz, ver nuestro cuerpo cambiar hasta resultar irreconocible, parir, recuperarnos de desgarros, cesáreas o añorar el cuerpo que teníamos antes, emplear nuestra fuerza y nuestros sentimientos y emociones para que luego se nos arrebate el fruto de todo eso por una miserable cantidad de dinero. No puede existir un grado mayor y más abominable de opresión y de explotación para un ser humano que el verse obligado a vender su cuerpo, su sexualidad, a cambio de dinero.

La liberación de la mujer trabajadora necesita de la lucha contra el sistema que nos oprime, que nos niega lo más básico: nuestra independencia económica. Quienes defienden que vender o alquilar el cuerpo de las mujeres es “un derecho individual” o “una opción libre y personal”, al margen de la sociedad de clases en que vivimos, no hacen más que amparar la trata de blancas —es decir, el comercio de seres humanos ya sea con fines de esclavitud laboral, explotación sexual o reproductiva, tráfico de órganos..., con el único propósito de obtener beneficios—, y perpetuar la lacra del patriarcado y del capitalismo en su cara más descarnada. ¡No!, vender nuestro cuerpo no es liberador, es simplemente horrible y penoso. Luchar por garantizar una sociedad en la que nadie se vea en esa situación tan desesperada, en la que las mujeres tengan garantizado su derecho a la vivienda, a la educación, al trabajo remunerado en igualdad con nuestros compañeros, a la maternidad, a tomar nuestras propias decisiones sin nada que interfiera por pura necesidad económica, es luchar por acabar con el capitalismo.

Convertir nuestro cuerpo en una mercancía no es ningún avance social. No somos objetos ni máquinas reproductoras. Las mujeres humildes y trabajadoras tenemos derecho a decidir sobre nuestra maternidad de forma libre y ajena a cualquier transacción económica. Somos seres humanos y exigimos derechos, libertades, respeto e igualdad.

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