La explotación laboral se ha recrudecido durante esta década de crisis. En este contexto, la opresión contra la mujer trabajadora se ha vuelto más cruel e insoportable todavía. Bajo el capitalismo padecemos una doble explotación: como mujeres, porque se nos responsabiliza de las tareas del hogar y del cuidado de la familia, y como trabajadoras en las empresas, donde se nos utiliza de mano de obra barata.

La brecha salarial entre hombres y mujeres en el Estado español es más alta que nunca: las trabajadoras recibimos de media un 24% menos de salario por el mismo trabajo, lo que nos condena a tener pensiones más bajas y, por tanto, a una peor calidad de vida también en la vejez. Eso cuando conseguimos completar nuestra vida laboral y jubilarnos a los 65 años, porque los recortes y privatizaciones de los servicios públicos como guarderías, dependencia o sanidad obliga a muchas mujeres a abandonar sus empleos para dedicarse al cuidado de hijos o familiares. La tasa de paro es más elevada entre las mujeres, un 20% frente al 17% de los hombres, además de padecer en mayor grado la precariedad.

 A esto hay que sumar que las contrarreformas laborales del PP han facilitado el despido por embarazo o parto. ¿Acaso a algún hombre le preguntan en la entrevista de trabajo si tiene intención de ser padre? Por no hablar del acoso sexual. Ejemplos los tenemos todos los días: seis trabajadoras despedidas de una gasolinera por negarse a llevar minifalda (cuando el uniforme oficial es un pantalón); el jefe de unos grandes almacenes llamando “chochitos” a dos trabajadoras, absuelto del delito de acoso en todas las instancias...

Trabajos precarios feminizados

La explotación laboral de la mujer alcanza su máxima expresión en los países capitalistas menos desarrollados, un modelo de negocio para las grandes marcas de ropa o el sector informático. Éstas obtienen enormes beneficios en países como Bangladesh, Marruecos, India o Vietnam basándose en la precariedad, en salarios de miseria y en la explotación laboral extrema de mujeres que trabajan en condiciones de cuasi esclavitud. Son bien conocidas las maquilas en Centroamérica y México: jornadas de 12 horas diarias en unas condiciones de calor insoportables, donde el 60% de la plantilla son mujeres con salarios de 157 dólares mensuales confeccionando chaquetas que se venden en EEUU por 170 dólares y por las que reciben 0,70 dólares, mientras las empresas tienen unas ganancias de 200.000 dólares diarios. Otro ejemplo son las trabajadoras de las fábricas chinas donde se producen los componentes de nuestros ordenadores, y que trabajan, comen y viven en las propias fábricas en jornadas de 12 horas con salarios de 193 euros al mes.

No es necesario ir tan lejos para encontrarnos casos sangrantes de explotación laboral. La movilización de las camareras de piso en los hoteles —Las Kellys— ha dejado al descubierto un sector en el que se dan todos los males del trabajo precario asalariado: unas condiciones laborales inseguras con contratos por horas o por días y formando parte de una indecente cadena de subcontratación que les impide coger la baja por miedo a ser despedidas cuando no pueden realizar su trabajo por la infinidad de problemas de salud que les provoca. Mientras los dueños de los hoteles han aumentado sus beneficios en casi un 30%, ellas cobran menos de dos euros por habitación.

Para las mujeres de la clase dominante, igualdad de condiciones laborales significa la presencia de más mujeres en los consejos de administración de los bancos y empresas del Ibex-35, como hace poco declaró la directora del Instituto de la Mujer. Desde sus puestos directivos legitiman las condiciones sociales que sostienen la opresión de género que sufren las mujeres trabajadoras.

Las mujeres, siempre en primera línea

Dos de los acontecimientos históricos más decisivos para el progreso de la humanidad, la Revolución Francesa y la Revolución Rusa, echaron a andar encabezados por mujeres. La lucha de las mujeres por su liberación ha estado ligada a momentos de auge de la lucha de clases. En la actualidad hemos visto que la mujer ha sido protagonista durante la primavera árabe, en las marchas contra Trump, en las manifestaciones contra la violencia machista en Argentina, en Polonia contra la ley que pretendía acabar con el derecho al aborto, en las extraordinarias manifestaciones del 8 de marzo y, ahora mismo, en la rebelión del Rif contra la opresión del régimen marroquí.

Como señalaba Carlos Marx en su obra La sagrada familia: “Los progresos sociales (…) se operan en razón directa del progreso de las mujeres hacia la libertad, y las decadencias de orden social se operan en razón del decrecimiento de la libertad de las mujeres (...) El grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general”.

No nos resignamos a ser víctimas. La lucha contra la opresión de la mujer es una parte central de la lucha por la transformación socialista de la sociedad y nosotras, junto con nuestros compañeros trabajadores, seremos el motor para acabar con este sistema que nos explota.

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