El debate sobre la emancipación y la liberación de la mujer trabajadora se ha vuelto a poner encima de la mesa al calor de los movimientos de mujeres de los últimos tiempos.
Esto no hace otra cosa que reflejar la época en la que vivimos en los que las mujeres nos hemos puesto en primera línea de lucha y la discusión sobre todo lo que nos afecta como tales también. En este contexto hemos podido apreciar las posiciones que, desde la izquierda, defienden la prostitución como un trabajo más. Desde el Sindicato de Estudiantes y Libres y Combativas tenemos una clara opinión al respecto, la prostitución no es un “trabajo” como otro cualquiera, sino una forma de violencia extrema contra las mujeres.
¿Solucionaría le legalización de la prostitución las condiciones de vida de las prostitutas?
Las voces que claman por la legalización de la prostitución (nos referimos a la legalización “formal”, porque “de facto” la prostitución ya está legalizada y puebla las carreteras, polígonos y barrios sin ningún problema) pueden observar cuáles han sido los efectos de esta medida que ya ha sido adoptada en algunos países. Un ejemplo muy clarificador es el caso de Alemania. En el año 2002 se legalizó la prostitución y, años después, vemos como esta medida ha traído consigo la banalización y naturalización de la violencia hacia la mujer. Por las calles de las “avanzadas” ciudades alemanas podemos encontrar publicidad e incluso rutas de burdeles, que se ofrecen como reclamo en las guías turísticas.
Respecto a las condiciones de las prostitutas, no sólo no han mejorado sino que ha sucedido todo lo contrario. En el año 2004, dos años después de la regulación, los casos de agresiones sexuales hacia las prostitutas habían aumentado hasta alcanzar un 92%*. Las víctimas, como siempre, mujeres pobres, la mayoría extranjeras con pocos recursos que son engañadas con falsas promesas de trabajo y atrapadas, una vez en el destino, por la mafia proxeneta que ahora, encima, es “empresaria” legal. Los testimonios son aterradores, mujeres que son trasladadas de un sitio a otro hasta que no saben ya ni dónde están.
La trata de mujeres no es un trabajo como otro cualquiera, es la esclavitud moderna de las mujeres pobres. Una prostituta tiene 18 veces más posibilidades de ser asesinada como revelaba el estudio "HardKnockLife" (New Philanthropy Capital, 2007). Pero estos asesinatos no aparecen en las cifras oficiales. Son feminicidios invisibles. La prostitución es un arma del capitalismo patriarcal a través del cual se divide y se destruye el vínculo de igualdad con los hombres de la misma condición, porque un hombre que compra la intimidad de una mujer no la ve como a su igual sino como algo para su uso y disfrute a costa de su sufrimiento, un producto más del mercado, en este caso del sexo, convierte a la mujer en esclava del esclavo.
Pornografía, la cara “amable” de la prostitución
Pero la cultura de la violación, es decir, la que promueve el “derecho” de un hombre a abusar violentamente de la mujer para su gozo particular, no se limita a la prostitución, también perpetúa otro gran negocio, el de la pornografía. Esa “industria” misógina inunda nuestras vidas, queramos o no, y mueve más de 2.600 millones al año entre películas, revistas, teléfonos o páginas web según online MBA.
El porno es la propaganda de la prostitución y del machismo más exacerbado. De hecho, según datos recientes, el 46% de la pornografía está grabada con víctimas de trata y el 92% quiere salir de este negocio millonario pero no puede*. La pornografía se utiliza para subir el precio de la prostitución pues las prostitutas que además hacen pornografía tienen más “caché”. Antes de las grabaciones muchas son drogadas y las imágenes que vemos a golpe de click son reales; las arcadas son reales, las lágrimas son reales, las violaciones son reales. La pornografía vende la “excitación” a través de la humillación femenina, el sexo del porno es violencia, abuso y explotación.
La pornografía deshumaniza completamente la sexualidad y se ampara en una fantasía para mostrar una realidad. En la medida en que la educación sexual está completamente ausente en las aulas (el peso de la iglesia y cuarenta años de dictadura es parte indisoluble de este mecanismo de educación en la cultura de la violación), la pornografía se cuela en nuestras relaciones interpersonales desde adolecentes y perpetúa la violencia machista atando nuestras relaciones a las representaciones pornográficas que son las únicas referencias sexuales de millones de jóvenes.
En las antiguas revistas pornográficas también encontrábamos violencia pero es ahora con el fácil acceso a internet cuando las cifras son alarmantes. Incluso sin buscarlo te encuentras en cualquier búsqueda en la red vídeos o imágenes de alto contenido violento y sexual. ¿Quién no ha visto escenas de abusos simplemente al bajarse una película o hacer zapping? Escenas donde las mujeres no tienen deseo ni iniciativa pero siempre están sometidas por varios hombres que se jalean mutuamente. Mujeres de todo tipo pero en muchos casos jóvenes y niñas. Las imágenes están al alcance de todos y casi no hay escapatoria. Son gratuitas, violentas y están normalizadas. La primera exposición al porno es cada vez más pronto, el primer click se produce, de media, a los ocho años. Ese porno feroz y esa misoginia educan a los niños y a las niñas desde pequeños y modela el imaginario sexual para el futuro, sobre la base del culto al placer del hombre y el sometimiento y humillación de la mujer.
El 90% de los vídeos más vistos en internet contienen abuso verbal o físico hacia la mujer y la búsqueda en internet de las palabras “violada” o “violación” sigue aumentando exponencialmente al igual que los feminicidios y la normalización de la violencia en la pareja. La pornografía es la escuela del machismo, la escuela de “La manada”. Por esto, nuestra tarea es elevar la conciencia política de todas nosotras, ser más y más fuertes, organizarnos para avanzar en la lucha feminista revolucionaria para construir una sociedad sin opresión de ningún tipo.
*1Datos del Ministerio Alemán de Familia, 2004
*2según el periodista Ismael López Fauste