El regreso de los talibanes al poder en Afganistán no sólo ha puesto sobre la mesa una derrota humillante de EEUU y sus aliados internacionales, sino que también ha desnudado la hipocresía y la demagogia de las potencias occidentales respecto a la situación de las mujeres afganas.

Los medios de comunicación y los gobiernos que entonces apoyaron entusiastamente la ocupación militar, han iniciado una campaña propagandística asquerosa planteando que en estos últimos 20 años se han conquistado derechos fundamentales en el terreno de la mujer que ahora serán dilapidados. Evidentemente, desde Libres y Combativas entendemos perfectamente qué supone el fundamentalismo islámico y que los talibanes sólo pueden ofrecer a las mujeres y al pueblo afgano opresión despiadada, esclavitud y una política en beneficio de la élite.

Pero no podemos dejar de denunciar qué intereses se esconden tras esta idea, tan falsa como mezquina, de que la OTAN y el imperialismo norteamericano han “salvado a las mujeres”: ocultar que los talibanes han sido financiados, creados y alimentados por EEUU y el propio sistema capitalista, y que ha habido ínfimas mejoras sustanciales en la vida de millones de mujeres en las dos últimas décadas.

Nada que agradecer a Occidente. 20 años de horror sin fin

En 2018, la portavoz de la embajada de EEUU en Kabul, Monica Cummings, decía que “los problemas de las mujeres son importantes, pero no son nuestra principal prioridad”. Estas declaraciones, escandalosas pero sinceras, son la mejor definición de la política ideada en Washington, compartida por la burguesía europea y aplicada por el Ejército y los capitalistas afganos en la zona. Guerra y misoginia ‘made in USA’ que han dejado un saldo de destrucción y barbarie sin precedentes para las mujeres y el pueblo.

El 87% de las mujeres afganas son analfabetas (dos tercios de las niñas no van a la escuela) y el 75% de las adolescentes se enfrentan a un matrimonio forzado. En marzo de 2019, el Tribunal Supremo de Afganistán declaró que “la violación es la forma más habitual de la agresión contra la mujer”. En el Código Penal de 2009, aprobado por el gobierno títere y que continúa vigente, la legislación respecto a los derechos de las mujeres no se ha modificado desde la época talibán de 1996-2001. Continúa figurando la muerte por lapidación pública por “adulterio” cometido por personas casadas y flagelación con hasta 100 latigazos para las solteras, la amputación de manos y pies por hurto y robo, y que los maridos pueden privar de alimentos a sus esposas si se niegan a tener relaciones sexuales.

Cerca del 90% de las mujeres sufren depresión o trastornos por ansiedad y, cada año, 2.000 intentan quitarse la vida, la mayoría inmolándose. El 80% de los suicidios, tal y como reconoció el gobierno afgano en 2014, son cometidos por “mujeres hartas de una violencia generalizada y estructural”. Decenas de miles de mujeres viudas con hijos se ven obligadas a prostituirse o mendigar; de estas, el 65% considera el suicidio como una solución para acabar con su miseria, según un informe del Fondo para las Mujeres de la ONU.

A esta barbarie indescriptible, hay que sumar la prostitución de menores y las violaciones a niños y niñas por parte del ejército afgano y la policía, con la complicidad y el silencio de la OTAN y Estados Unidos, quienes han instruido a sus tropas para que no se hable de ello. Los soldados que se han atrevido a denunciar estas prácticas enfermizas, han sido expulsados de sus carreras militares.

Veinte años después de la llegada de las tropas norteamericanas, Afganistán sigue siendo uno de los peores lugares del mundo para ser mujer. La “ayuda humanitaria” que supuestamente llegó de cientos de ONGs “expertas en género” se han ido a los bolsillos de una élite afgana corrupta: la USAID (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) destinó 216 millones de dólares en 2018 para “empoderar a 75.000 mujeres”. Según el Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán, este programa empleó sólo a 50 y el dinero “se esfumó”.

EEUU es el principal responsable del látigo reaccionario que azota a millones de mujeres afganas. Pero no es el único. Ni la ONU, ni la Unión Europea, ni la llamada comunidad internacional, que ahora se llevan las manos a la cabeza con la llegada de los talibanes y exclaman “¡pobres mujeres!”, han movido un solo dedo para poner fin a décadas de abuso, violaciones y guerra. Al contrario: han hecho todo lo posible para que, lo que era un secreto a voces, continuara escondido bajo la alfombra. Es el culmen de la hipocresía y la moral capitalista.

Por la solidaridad internacionalista, ¡sólo el pueblo salva al pueblo!

En este espectáculo grotesco, lamentablemente no sólo hemos tenido que soportar las mentiras y demagogia vertidas por muchos gobiernos, como el de Pedro Sánchez y su supuesto “humanitarismo”. Sino también, las voces que desde la izquierda reformista europea se han alzado exigiendo más ayuda y solidaridad en abstracto.

En este sentido, destaca por mérito propio la posición de Unidas Podemos y del Ministerio de Igualdad. Irene Montero ha escrito muchos tweets, ha hablado de que “los derechos humanos de las mujeres deben ser la prioridad internacional” y ha recordado que “la comunidad internacional debe reflexionar”. Y ya está. Nada más. Ni una sola palabra de la responsabilidad de las “democracias” occidentales, comenzando por la propia gestión del gobierno español en Afganistán.

Cerrar los ojos y mantenerse en silencio hace un flaco favor al feminismo afgano y a la liberación de la mujer, y alimenta el circo mediático de las potencias imperialistas que se aprovechan sin vergüenza de la conmoción que despierta la situación de las mujeres y niñas afganas en todo el mundo para lavarse la cara de una tragedia de la que son responsables.

Ninguna institución capitalista internacional regalará nada a las mujeres afganas. La lucha de las oprimidas en Afganistán, vinculada a la del conjunto de la población contra todo tipo de bandas yihadistas y también contra el imperialismo -las dos caras de la misma moneda-, es la única salida a este horror. Las feministas revolucionarias en el Estado español y a nivel internacional enviamos nuestra fuerza al pueblo afgano y levantamos la bandera de la solidaridad internacionalista. Como gritó Rosa Luxemburgo: ¡socialismo o barbarie!

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