Hace unos días nos llegaba la vergonzosa imagen de Ana Obregón saliendo de un hospital de Miami en silla de ruedas y cargando al bebé recién nacido que acababa de comprar. Esta sangrante noticia, que ha reabierto el debate público sobre los vientres de alquiler, está muy lejos de ser algo aislado. 

Cada año miles de ricos y ricas pagan cantidades ingentes de dinero para alquilar el útero de mujeres de clase trabajadora que, debido a la precariedad a la que nos empuja este sistema, no tienen más remedio que vender sus cuerpos para sobrevivir. Se aprovechan de las más vulnerables para cumplir su capricho de ser “padres” o “madres” y aun así nos lo intentan vender como un acto de amor o como una muestra de la liberación de las mujeres. Pero nosotras lo tenemos muy claro: ni alquilar nuestros cuerpos es liberador, ni ser padre o madre es un derecho. En tal caso, el derecho lo deberían tener los miles de niños y niñas que viven en casas de acogidas a ser adoptados y tener un hogar y unos cuidados dignos.

Cómo no, el PP ha aprovechado todo el revuelo para salir sin pérdida de tiempo a defender los intereses de la burguesía, diciendo que estarían dispuestos a legalizar los vientres de alquiler siempre y cuando esto no implique una “mercantilización”. Para sorpresa de nadie, los mismos que han restringido nuestro derecho al aborto en Castilla y León, los mismos que votaron contra la Ley Trans y la Ley del Solo Sí es Sí, tampoco se cortan un pelo a la hora de blanquear el tráfico de mujeres y bebés, tratando de taparlo bajo el falso supuesto del altruismo. Como si utilizar los cuerpos de las mujeres como meras vasijas no fuese el mayor acto de mercantilización posible. Como si no supiesen que detrás de esas “madres gestantes”, como las llaman ellos, no hay un sentimiento altruista, sino empresas multimillonarias explotándolas reproductivamente para seguir haciéndose de oro con este negocio.

Está claro que para este sistema nuestras vidas como mujeres obreras no valen nada. En el mejor de los casos somos trabajadoras precarizadas. Pero en otros muchos casos somos objetos sexuales al servicio de los hombres o incubadoras humanas al servicio de quienes tienen dinero. Por eso decimos alto y claro que el capitalismo es violencia contra las mujeres, porque bajo su lógica siempre seremos objetos de consumo, siempre seremos una mercancía más con la que llenarse los bolsillos. Pero también hay que señalar que no todas sufrimos la misma opresión; mujeres como Ana Obregón, que se dedican a explotarnos y utilizar nuestros cuerpos a su antojo, no son nuestras aliadas, sino nuestras enemigas de clase.

Contra todos nuestros opresores y opresoras alzaremos bien alto la bandera de un feminismo revolucionario y anticapitalista y solo así lograremos la liberación de la mujer trabajadora y de toda nuestra clase.

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