Emma Sánchez · Libres y Combativas Asturias
El pasado 26 de enero se publicaba en el diario El País un artículo de investigación acerca de las acusaciones de violencia sexual interpuestas por tres mujeres de la industria audiovisual contra el director de cine Carlos Vermut. El testimonio desolador de estas tres víctimas ha desatado una enorme ola de simpatía entre las y los profesionales del sector, al estilo del movimiento #MeToo estadounidense, que se ha materializado en una denuncia pública por parte de otra actriz contra el director canario Armando Ravelo. Una nueva demostración de la insoportable violencia que sufrimos las mujeres y el abuso de poder que se ejerce contra nosotras en nuestra vida laboral.
El caso de Carlos Vermut es especialmente repugnante. Las tres denunciantes, una estudiante de cine (que tenía 21 años en el momento de los hechos, y Vermut 36), una empleada en una de sus producciones y una trabajadora del sector cultural, detallan en sus testimonios las denigrantes situaciones que vivieron en sus relaciones con este individuo. En ellos, se habla de cómo Vermut las forzó a mantener relaciones sexuales cargadas de violencia, de cómo se abalanzó sobre ellas, de su negativa a usar preservativo, de cómo estranguló a una o de cómo encerró en casa a otra de ellas. Todo ello después de haberles ofrecido su ayuda o haberles prometido una oportunidad laboral, haciendo uso de su posición y su estatus como director de cine bien posicionado.
La denuncia contra Armando Ravelo no dista mucho de la de Vermut. La actriz víctima de sus abusos, Koset Quintana, cuenta que el director la acosaba y le escribía por redes sociales haciendo referencias sexuales y sobre drogas, cuando ella tenía tan solo 15 años. A raíz de la publicación de su testimonio, más voces se han ido sumando a la denuncia, según las cuales Ravelo habría organizado sesiones de formación con el fin de conocer a chicas jóvenes interesadas por el cine, para después poder abusar de ellas.
Frente a estos gravísimos testimonios, tanto Vermut como Ravelo, mostrando su desprecio y machismo, negaron todo. ¿Su defensa? Una confirmación de la cultura de la violación que defienden estos individuos. El primero de ellos, que afirma “practicar sexo duro pero siempre de manera consentida” no duda en añadir perlas como “otra cosa es que la persona en su casa después se sintiera mal y a lo mejor en el momento tuviese miedo a decirlo. Eso yo no lo puedo saber”. No hay más preguntas, señoría.
Por su parte, Armando Ravelo excusó su “reprobable” comportamiento porque en una etapa de su vida era “un narcisista y tenía rasgos de tirano”, escudándose en problemas de salud mental para justificar el acoso contra decenas de mujeres. ¡No hay excusa para el que abusa!
Tanto las víctimas de Vermut como las de Ravelo han admitido que no se atrevieron a denunciar en su momento porque tenían miedo a perder su trabajo o a no ser capaces de encontrar uno en el futuro. Es el resultado de un abuso de poder constante del que se aprovechan un gran número de directores y productores con posiciones de autoridad, como vimos con Harvey Weinstein o con el mismo caso Rubiales.
En el mundo de la cultura, como en tantos otros, muchas mujeres son maltratadas, violentadas y silenciadas. La gran mayoría de mujeres que se quieren dedicar al mundo del espectáculo no son estas celebrities adineradas que vemos en las alfombras rojas muchas de las cuales también reproducen discursos misóginos, como Isabel Coixet y su “nos falta información y no hay que opinar a lo loco” al ser preguntada por este tema. Hace poco, AISGE (Artistas Intérpretes, Entidad de Gestión de Derechos de Propiedad Intelectual) compartía el dato de que el 77% de los intérpretes españoles ingresan menos de 12.000 euros al año. Para ellas es aún peor: la media es de 8.320 euros al año.
Mientras la Academia de Cine guarda un vergonzoso silencio y ha preferido no pronunciarse acerca de las denuncias, los dos casos han despertado una enorme simpatía en la industria audiovisual, y también fuera de ella. Libres y Combativas enviamos nuestra solidaridad a las víctimas. Hay que seguir denunciando la violencia sexual en todos los ámbitos donde la sufrimos y desnudar que es una cuestión de clase.
Para acabar con todos los Vermut, los Ravelo o los Rubiales, hay que acabar con la alianza criminal que forman el patriarcado y el capitalismo.