Compartimos este artículo de Cristina Fallarás publicado por Público.es el día 21 de enero de 2025
El juez Adolfo Carretero ha decidido pasárselo bien a costa de la actriz Elisa Mouliaa, pero no es solo eso. Indudablemente, quien ejerce violencia es porque disfruta con ello...
El juez Adolfo Carretero ha decidido pasárselo bien a costa de la actriz Elisa Mouliaa, pero no es solo eso. Indudablemente, quien ejerce violencia es porque disfruta con ello. Para mí este es uno de los grandes enigmas del mundo y de la vida, cómo alguien puede disfrutar ejerciendo violencia. Sin embargo, resulta evidente que así es. En los casos de violencia machista, y muy particularmente violencia sexual, suele darse una percepción opuesta entre la víctima y el agresor. Lo que ella interpreta como daño, como violencia, como sufrimiento, él lo disfruta. Podríamos llamarlo sadismo, aunque creo que hay matices que lo hacen un poco mas complejo en muchas ocasiones.
Es el caso del interrogatorio al que el juez Carretero sometió a Mouliaa, denunciante de Íñigo Errejón. Es tal la violencia que utiliza el magistrado, tal la inquina, que pronto se hace evidente que no solo se está divirtiendo, que no solo se trata de eso, aunque también. Está tomando posesión de algo que es suyo, que considera suyo porque así ha sido desde el principio de los tiempos. En el cuerpo de Elisa Mouliaa, el juez Adolfo Carretero toma posesión del cuerpo de las mujeres para, violentándola a ella, hacerlo con todas aquellas a las que considera inferiores, o sea a todas excepto a aquel pequeño puñado que por cuestiones económicas y/o de clase decide —y es una decisión que podría no tomar— respetar.
La grabación del interrogatorio que se ha filtrado resulta tan dolorosa que no he conseguido verla de una sentada. Después de que Elisa Mouliaa afirme que “le dije que me estaba sintiendo muy incómoda”, el juez Carretero la abronca: “No, muy incómoda, no. ‘Que me dejes en paz, que no me toques’. ¿Le dijo usted algo de eso?”. Le espeta: “Usted es una persona acostumbrada a tratar con el público, ¿no? Es que no entiendo por qué se siente violentada”. Se dirige a ella gritando, en ningún momento le deja acabar las frases. Le pregunta y cuando la mujer empieza a responder, él la corta con la siguiente agresión. “¿Para qué se sacó [Errejón] el miembro viril?”, le inquiere a ella, precisamente ¡a ella! Cuando Mouliaa responde con un hilo de voz que para violentarla, él le suelta: “¿Pero le intentó a usted bajar las bragas o algo?”.
Para el juez Carretero, Elisa Mouliaa —y con ella, todas— no es una mujer que merezca el mínimo respeto, y por eso le grita, se dirige a ella copiando los modos cinematográficos de los acusadores, los esclavistas y los maridos agresores. Para el juez Carretero, Mouliaa no es una mujer que merezca tener un relato de los hechos, de su propia vida, de lo que ha sufrido o gozado o pensado en cada momento, y por eso la corta en todas y cada una de sus intervenciones. Pese a preguntarle, no le permite responder, acabar su propia narración de los hechos. Para el juez Carretero, Mouliaa no es una mujer que merezca ser escuchada, y por eso hace caso omiso de cualquier retazo de explicación que la mujer, cada vez con más angustia, cada vez más evidentemente encogida, consigue expresar. Para el juez Carretero, Elisa Mouliaa es una mujer que merece que la pongan en su sitio y por eso, llegado el momento, después de hablar de que Errejón le había lamido los pechos, el juez le suelta como un esputo, como un regüeldo tabernario: “¿Cuánto tiempo dura el tiempo que estuvo chupándole las tetas?”.
De repente, en medio del ejercicio de sadismo al que se entrega el juez Carretero, aparece esa expresión, “chupándole las tetas”, esas palabras que evidencian que el hombre se ha dejado llevar, que está en su salsa, que ya tiene a Mouliaa donde cree que debe estar, y por eso le dirige las palabras que cree que ella merece. “Chupar las tetas” no es una expresión propia ni del juez más grotesco. ¿Alguien se imagina al juez Carretero dirigiendo, pongamos, a Ana Patricia Botín la expresión “chuparle las tetas”? A Ana Patricia Botín, a la duquesa de Alba, a Esperanza Aguirre, a este tipo de mujeres ante las que el juez Carretero y hombres como él bajarían la testuz en un juzgado. No, ellas son la excepción, y solo tienen “tetas” para los hombres como Carretero en conversaciones privadas de Boys Club, puro y chester de cuero claveteado.
Lo que hace el juez Adolfo Carretero con Elisa Mouliaa es dejar bien claro que puede hacer con su cuerpo lo que quiera, puede permitir que con su cuerpo se haga lo que cualquier hombre —Errejón, sin ir más lejos— desee. Porque además no se le va a atender, no se le va a escuchar, no se va a permitir que piense, sienta, padezca o exprese absolutamente nada. Es solo cuerpo. Y ni derecho tiene a sentirse violentada.