Sofia Cazel · Livres e Combativas – Esquerda Revolucionária Portugal

La crisis del Coronavirus ha llevado todas las contradicciones del sistema capitalista a su extremo, ha desenmascarado y acelerado todas sus tendencias decadentes, con el estallido de una crisis económica que ya estaba preparada de antes.

El impacto de esta pandemia, después de décadas de recortes y privatizaciones de los servicios públicos, demuestra de nuevo su carácter de clase: para la clase trabajadora, significa miseria, despidos masivos y todo tipo de ataques por parte de los empresarios, la ruina del sistema sanitario (SNS), significa arriesgar nuestra salud porque tenemos que ir a trabajar y coger los transportes abarrotados y, en última instancia, poner en riesgo nuestras vidas y las vidas de nuestras familias. Como mujeres trabajadoras, a esta situación tenemos que añadir la violencia machista que impregna todas las áreas de nuestras vidas. Como en todos los periodos de crisis capitalista, somos las más afectadas, con el redoblamiento de la carga que llevamos sobre nuestras espaldas. Bajo la pandemia actual la situación no es diferente.

En el contexto de esta crisis, las tareas de cuidados, que son los trabajos más feminizados, son indispensables para satisfacer las necesidades de la mayoría de la población afectada por el virus, aquellos que no pueden pagar los servicios privados y tienen que seguir trabajando. Y son precisamente los sectores feminizados los que sufren la brutal falta de inversión pública: enfermería, educación, limpieza industrial, geriatría, etc.

El caso de la enfermería es muy claro: más de 8 de cada 10 trabajadores de este sector son mujeres. Y si en períodos normales las condiciones de trabajo en los hospitales públicos son extremadamente precarias, con 6,97 enfermeras por cada 1.000 habitantes en el país portugués por debajo del promedio 8,8 de la OCDE, en un período de pandemia, esta situación es aún más dañina. La falta de equipos de protección en los hospitales y la consiguiente infección de los trabajadores y trabajadoras de los hospitales, que reducen aún más las plantillas de enfermeras, han creado condiciones de trabajo deplorables. Además de tener que hacer turnos de 12 horas, el colapso de los centros sanitarios significa un riesgo salvaje para la salud de todas las personas que entran en contacto con estas trabajadoras, tanto en los hospitales como en sus casas.

Otro ejemplo que se ha destacado en esta crisis es el de los y las trabajadores de la limpieza, un sector feminizado que, como denuncia el Sindicato de Trabajadores en el Hotel, Turismo, Restaurantes e Industrias Similares del Centro (CGTP-IN), trabajan en hospitales sin los equipos de protección adecuados. Además de los servicios esenciales, que son una minoría, este sector ya extremadamente precario está bajo amenaza de despidos masivos. En otras palabras, quienes mantenemos nuestros trabajos corremos el riesgo de ser infectados e infectar a nuestras familias por la falta de protección, y quienes somos despedidos estamos sumidos en la miseria en medio de una crisis sanitaria mundial.

Frente a esto, exigimos el derecho a una cuarentena 100% remunerada para todos los trabajadores y trabajadoras no esenciales, la prohibición de despidos y la readmisión de todos los trabajadores despedidos ya durante esta crisis, así como el mantenimiento de todos los salarios y derechos. Además, exigimos la nacionalización de todo el sector de la salud, tratamientos gratuitos, refuerzo de los materiales necesarios y la contratación de todos los profesionales despedidos.

¡Ni una menos! Nos queremos vivas, libres y combativas

Si la violencia machista nos afecta duramente en nuestros puestos de trabajo, es en nuestros hogares donde la experimentamos más directa e intensamente. El modelo familiar burgués nos relega a una posición de subordinación, y muchas de nosotras experimentamos abusos y humillaciones a diario. Por lo tanto, las dramáticas consecuencias del entierro no nos cogen por sorpresa. No sólo tenemos que dedicar días enteros al trabajo doméstico, sino que esta situación es todavía más insoportable para aquellas de nosotras que al mismo tiempo estamos teletrabajando y tenemos que cuidar el hogar y los niños.

En todo el mundo, la violencia machista está aumentando durante la cuarentena. Los datos son escalofriantes: en los estados de Brasil que antes iniciaron la cuarentena, se observó un crecimiento del 40% al 50% en los casos de violencia doméstica, en Catalunya y Chipre las llamadas de denuncia aumentaron un 20% y 30% respectivamente. En Italia el número de llamadas a las líneas de ayuda han disminuido sólo porque han sido reemplazas por una ola de correos electrónicos y mensajes, formas de comunicación mucho más discretas. Hay informes que apuntan que la mayoría de mujeres se encierran en los baños para pedir ayuda.

En Portugal, donde antes de la pandemia se registró un aumento de la violencia machista-en 2019 hubo 28 victimas de feminicidios y en los últimos meses del año los presos por violencia doméstica crecieron un 23% en comparación con el mismo periodo del año anterior– el escenario no es diferente. De las cuatro mujeres asesinadas este año, dos fueron en las primeras dos semanas de cuarentena. Con o sin pandemia, es necesario crear refugios que acojan de inmediato a todas las víctimas de la violencia doméstica y machista, que tengan todos los profesores de la salud tanto física como mental necesarios y estén integrados en el sistema público sanitario, y no bajo instituciones privadas como el IPSS. Las trabajadoras debemos liberarnos de las cuatro paredes de nuestros hogares, no sólo durante la pandemia, ¡de una vez por todas! Es necesario socializar el trabajo doméstico: construir y organizar una red pública de escuelas infantiles, lavanderías, cafeterías y otros servicios que hagan del trabajo doméstico un trabajo social, realizado de una manera más eficiente y ecológica.

La "libertad de elección": otra mentira de la clase dominante

Otra cara de la opresión sexista es la objetivación de nuestros cuerpos, en sus formas más extremas, la prostitución y la pornografía. En tiempos de crisis, golpeadas por los despidos masivos, el sistema capitalista nos vuelve a recordar de forma clara la “libertad de elección” que tenemos cuando caemos en la pobreza: pasar hambre o vender nuestros cuerpos.

Poco después de que comenzara la cuarentena, la demanda de prostitución aumentó considerablemente. En una entrevista con el periódico Jornal I, dos proxenetas de Lisboa decían que era para “llorar de risa” tener que dejar los teléfonos descolgados para dejar de recibir tantas llamadas de clientes. Que esta situación se suceda en medio de una pandemia demuestra la deshumanización total de las mujeres prostituidas a ojos de puteros y proxenetas.

Del mismo modo, la filmación de las violaciones a mujeres que supone la pornografía, ha sido anunciada por compañías multimillonarias en distintas páginas web porno como “un consuelo en tiempos de encierro”. En todo el mundo, PornHub –la página web pornográfica más visitada– tuvo un crecimiento del 18,5% de media desde el día que ofrecieron sus contenidos “premium” de forma abierta y gratuita. En el caso del Estado Español o Italia, el consumo creció en un 61% y 57%, respectivamente. Estos datos se suman a los ya brutales 120 millones de visitas diarias. En este periodo, están destacando las búsquedas de pornografía bajo el término “coronavirus”, que han alcanzado los casi 9 millones en los últimos 30 días. Como si la pobreza y la violencia no fueran suficiente, esta pandemia está siendo utilizada como un fetiche sexual para los consumidores de pornografía y prostitución, y para enriquecer aún más a las empresas que se benefician de nuestra explotación descarnada.

El número de mujeres que se han visto forzadas a vender sus cuerpos desde el comienzo de la cuarentena es salvaje. Hay innumerables anuncios que se publican en páginas de periódicos con descripciones como “Madre soltera con dificultades” en Lisboa. En las páginas web hay docenas de anuncios de este tipo cada hora. En todos ellos, destacan por mayoría aplastante las mujeres negras e inmigrantes. No es casualidad: estas mujeres ocupan los trabajos más precarios, somos privadas de derechos, consideradas ilegales, perseguidas por la policía y victimas del racismo policial e institucional.

¿Y cuales son las condiciones de protección para todas estas mujeres contra el virus? No existen. Además, sabemos que el aumento de la oferta significa una caída en los precios, lo que hace que las mujeres prostituidas tengan que vender sus cuerpos a muchos más hombres, lo que multiplica el riesgo de contagios.

Un sistema que obliga a las mujeres más pobres a vender sus cuerpos para comer y alimentar a sus hijos es un sistema criminal. Exigimos la abolición de estas prácticas machistas y la protección a todas las mujeres forzadas a ellas. Exigimos la suspensión de alquileres y pagos de agua, electricidad, gas y telecomunicaciones para todas las familias trabajadoras durante el período de cuarentena. Exigimos el control de los precios de los bienes esenciales y una prestación por desempleo equivalente al salario mínimo nacional. ¡Exigimos los mismos derechos para todos los trabajadores, nacionales o inmigrantes, y que a nadie se le niegue la atención médica por no tener papeles!

No podemos dejar que carguen esta crisis sobre nuestras espaldas y pagarla con nuestras vidas. ¡Es la hora de la organización y la lucha!

¡Únete a Libres y Combativas!

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