Este mes mayo ve la luz un nuevo libro que la Fundación Federico Engels ha editado en colaboración con Libres y Combativas.

Su autora, Mª Teresa Gómez-Limón, partiendo de su trágica experiencia personal, denuncia una etapa histórica de la opresión contra la mujer conscientemente ocultada: la Transición española. Este importante periodo político convertido en ejemplar por la ideología dominante, es expuesto sin tapujos por una de sus víctimas, juzgada y sentenciada por tribunales y leyes franquistas años después de aprobarse la Constitución y bajo un gobierno de mayoría absoluta del PSOE presidido por Felipe González.

Mª Teresa es doctora en Psicología y licenciada en Ciencias de la Información por la UCM, y tiene una larga experiencia profesional como psicóloga forense especializada en violencia sobre la mujer. A continuación publicamos la entrevista de Izquierda revolucionaria para su periódico El Militante para conocer más a fondo el contenido de este libro que supone una valiosa y novedosa aportación a la lucha por los derechos de las mujeres.


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El Militante: Tu libro relata la cruel separación de tu primer hijo bajo acusaciones falsas.

Teresa: Me acusaron de cometer incesto con mi hijo de 3 años. Se ­basaron en las declaraciones de dos testigos de mi exmarido: Marcos Sanz Agüero y su cónyuge, Cristina Martín Bustamante. Marcos dependía profesionalmente de mi exmarido, hecho que alegamos para descalificarlos como testigos, pero el juez se negó a aceptar nuestra solicitud. También hizo caso omiso de todas las pruebas que presenté (informes de mis centro de trabajo y compañeros de profesión), así como de mis testigos, que desmintieron semejante calumnia.

De esta forma me robaron a mi hijo mayor, obligándolo a criarse sin su madre. Aunque cuando alcanzó la edad adulta retomamos la relación, esa herida ha provocado una cicatriz que no se puede borrar. Mi exmarido, los miserables que lo ayudaron y la justicia destrozaron la vida de un niño indefenso.

EM: Partiendo de tu larga y dolorosa experiencia, sostienes que la llamada Transición fue un estafa.

T: Es una de las cosas que quise destacar en este libro. Todos estos abominables hechos sucedieron entre 1978 y 1988, es decir, una década en la que la Transición llegó a su final alumbrando una nueva etapa democrática y entró en vigor la Constitución e, incluso, el Partido Socialista gobernó con mayoría absoluta durante seis años. 

Me irrita escuchar a muchos autoproclamados “progresistas” afirmar que la Constitución lo arregló todo, porque es una falsedad. El franquismo siguió copando las instituciones y el Partido Socialista no hizo nada por cambiarlo. Siguió manteniendo el Concordato con la Iglesia Católica, permitiendo así que esta última se siguiera ocupando de los asuntos relacionados con el matrimonio, la familia y la educación. Tan es así, que en una Sentencia de 1987, el Tribunal Constitucional, al que acudí como última opción, apeló al Concordato de 1953 para denegar mi petición. Esa infame sentencia está firmada por el propio presidente de esta alta instancia judicial, Tomás y Valiente.

EM: Afirmas que tu caso no fue una excepción y que muchas mujeres padecieron la herencia patriarcal franquista bajo la llamada etapa democrática.

T: Por supuesto que mi caso no fue único. Esa es precisamente la razón por la que me decidí a hacer pública mi historia a través de este libro, porque no se trata de una cuestión individual o una excepción. Claro que hay individuos miserables, como mi exmarido y los antes citados, pero lo más grave y verdaderamente trascendente es que las leyes y las instituciones que teóricamente debían defenderme, no solo me negaron su auxilio, sino que, por el contrario, ampararon a los maltratadores y a los difamadores.

No hubo errores, ni confusiones o mala suerte; quienes me agredieron contaron con el apoyo de los jueces porque reivindicaban sus mismos valores franquistas. Así lo padecí yo y miles de mujeres. Por ello considero que estamos tratando una cuestión ideológica y un problema que trasciende lo personal para convertirse en colectivo.

EM: Señalas con nombres y apellidos a los responsables de tu pesadilla, no solo curas y jueces franquistas, también dirigentes socialistas.

T: Sí, ese hecho es muy lamentable, porque indica que durante la Transición hubo una colaboración entre el PSOE y los herederos del franquismo. Y no me refiero únicamente a mi caso y a la opresión de la mujer. Son bien conocidas las exigencias de Estados Unidos a Felipe González para que su partido renunciara al marxismo —abandonado en el Congreso Extraordinario de 1979— y para que el Estado español permaneciera en la OTAN. Y, respondiendo a la pregunta, efectivamente, sí, todos los que perpetraron tal barbaridad fueron curas o excuras, franquistas y socialistas. Eso sí, todos ellos, desde 1978, se declaraban “demócratas de toda la vida”.

EM: También intentaron perjudicar a tus otros dos hijos fruto de la relación con tu pareja actual.

T: Efectivamente. En 1979 y 1981 tuvimos que viajar a Londres para que pudieran llevar nuestros apellidos, aprovechando la ley inglesa del ius soli o “derecho de suelo”, por el que todo nacido en tierra inglesa era ciudadano inglés. El motivo es que en aquellos años, los hijos considerados ilegítimos o “adulterinos” eran registrados como hijos “de padre y madre desconocidos” en España. Esta legislación, insólita en cualquier país democrático, tiene dos lecturas. Una, la injusticia de borrar del registro a todos los nacidos fuera de un matrimonio reconocido por la Iglesia Católica con el objetivo de dañar el estatus legal de dichos menores además de marginarlos socialmente. Pero, también hay una segunda consecuencia, y es que solo las mujeres con recursos culturales y económicos teníamos la posibilidad de escapar de esta pesadilla, mientras que la gran mayoría, las mujeres humildes, eran señaladas por el dedo acusador de los curas junto a sus hijos.

EM: Por lo que cuentas, la labor de recuperar la “Memoria Histórica” no acaba en 1978.

T: Desde luego que no. Por eso critico en el libro que, tanto la Ley de Memoria Histórica aprobada —que no ha contado con un presupuesto suficiente para ponerla práctica y no se ha aplicado hasta sus últimas consecuencias— como la que se debatirá próximamente —Ley de Memoria Democrática—, acaben en 1978, un año que se ha pretendido transformar en una “fecha mágica” para ocultar la verdad. 

Las víctimas de la dictadura fuimos muchas y durante diferentes etapas. Tenemos todavía miles que fueron asesinadas y abandonadas en cunetas cuyas familias siguen sin poder enterrarlas dignamente, sin olvidar que sus verdugos no han sido juzgados en España.

Pero también hay otra etapa, tras la muerte de Franco, durante la ­democracia, en la que las mujeres —subrayo, especialmente las mujeres— hemos tenido que sufrir toda una serie de violencias institucionales por el solo hecho de querer defender nuestros derechos. ¿Qué ley va a reco­nocer nuestro sufrimiento y restablecer la verdad? Ninguna. Quiero destacar un dato. En este momento de mi vida, solo pido una cosa: que en mi expediente de separación, que se encuentra actualmente en los juzgados civiles de familia, desa­parezca la Sentencia de la Iglesia. Creo que es un derecho básico que se me está negando. He consultado a varios abogados al respecto y todos ellos me han dicho que eso es imposible, máxime habiendo una Sentencia al respecto por parte del Tribunal Constitucional. ¿Dónde está la separación entre la Iglesia y el Estado?

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