Compartimos a continuación una biografía escrita por Enrique Alejandre Torija, estudioso de la lucha de clases en Guadalajara y militante de Izquierda Revolucionaria.
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Isabel Muñoz Caravaca, (Madrid 1848- Guadalajara 1915,) fue una mujer, maestra, amante de la astronomía y periodista, que defendió ideas muy progresistas en asuntos como el maltrato animal, en particular hacía las corridas de toros:
“Los taurófobos somos pocos, y parecemos ridículos, pero hemos visto con claridad que los toros son uno de los primeros factores de nuestro atraso; y daríamos lo mejor de nuestra actividad, de nuestra vida, por dejar el pueblo en el que hemos nacido, triste excepción en el mundo, emancipado de la tiranía de la afición y limpio del borrón enorme que sobre nosotros ha dejado caer la horrible, la repugnante, la odiosísima fiesta, á la que cuatro chulos sin corazón y otras tantas hembras de mantón de Manila, con corona ducal y sin ella, no se avergüenzan de asistir, á ver cómo una fiera acomete á un hombre, desgarra sus tejidos, secciona sus arterias… y chorros de sangre empapan la arena, ante un público que al penetrar allí ha tenido que renegar de su condición humana.” (“Sin Título.” Revista Socialista, 1-10-1904).
Así como sobre la pena de muerte, los métodos de enseñanza antipedagógicos y las supersticiones, como la de llevar imágenes religiosas a los campos para pedir lluvia:
“En las escuelas de niños está mandado que se estudien principios de Agricultura: cualquier tratado elemental de esa materia enseñaría a los niños a despreciar supersticiones, y les diría que existen medios racionales para preservar en lo posible a las plantas de sus enemigos” (“Protesta”. Flores y Abejas, 5-5-1901).
Isabel Muñoz Caravaca también denunció la explotación de los campesinos pobres, consecuencia del injusto reparto de la tierra:
“…la tierra, el primer instrumento de la dura labor, no siempre pertenece al que la cultiva; el más pobre es el que más trabaja. el labrador, en numerosos casos, no es más que un colono; y recogida penosamente la cosecha, un considerable tanto por ciento de ella, lo primero, lo mejor, es para el amo; para el propietario; sucesor moderno del antiguo señor, que suele contar por cientos las hectáreas, que en nada trabaja, que nada arriesga, no tiene más que un título, el de propiedad, y le es suficiente para que las rentas caigan en sus graneros.» (“Explotados”. El Socialista, 1-5-1904).
Y manifestó su oposición por principio a la guerra frente a la de Marruecos:
“…contra la guerra siempre, y particularmente contra la guerra de África, que está consumiendo las energías de nuestro país.” (El Socialista, 22-7-1913).
Desde Guadalajara luchó también por la mejora de la enseñanza, para que se reconstruyera la destartalada escuela de niñas en Atienza, donde ejercía de maestra y para que los padres enviaran a sus hijas a clase. Isabel Muñoz Caravaca se pronunció por la consideración social de los maestros, y el aumento de sus salarios, tan escasos entonces:
“…si los sueldos son mezquinos que se aumenten, si son suficientes sufran sus descuentos como los demás sueldos del Estado; si se nos quiere privilegiar con descuentos, venga el privilegio, pero no a costa de otros.” (“Tribuna libre”. Flores y Abejas, 28-4-1901).
Y también por la mejora de las condiciones de vida y trabajo para todos los obreros. Estos estos posicionamientos no le salieron gratis, le costaron las críticas de la Iglesia y de los sectores más conservadores de la sociedad guadalajareña. Desde el púlpito y la prensa, llegaron a traspasar el ámbito de su vida privada.
Pero si de algo hizo causa especialmente Isabel Muñoz Caravaca, fue de la libertad de las mujeres, defendiendo la plena igualdad de sexos:
“…las mujeres, iguales por naturaleza a los hombres, ni están en el mundo para dominarlos ni para ser dominadas por quienes ni velen más ni menos que ellas.” (“El voto femenino”. Flores y Abejas, 26-11-1906).
Y en consecuencia el derecho al voto para ellas:
“Las mujeres son, moral e intelectualmente, iguales a los hombres; tienen derechos, los mismos que los hombres; si estos votan, aquellas deben votar, cuando estos sean legalmente aptos y elegibles para desempeñar cargos, aquellas deben serlo también. La mujer debe votar y admitir votos, pero esto en la plenitud de derechos, civiles y políticos, sin depender de nadie, es decir es un estado de equilibrio social más lógico y más equitativo que este que tenemos, y no se asuste nadie, esto, lo actual, es lo injusto y lo falso.” (“El voto femenino”. Flores y Abejas, 26-11-1906).
En una época como la suya, en la que andaba en boga la idea de “la educación de las mujeres”, Isabel Muñoz Caravaca consideró la necesidad de educar también a los hombres:
“Todos conocemos las pretensiones exterioridades del conjunto modernista que ha dado en llamarse educación de la mujer; no se ve, o yo no veo, sus resultados prácticos por parte alguna, ni aún dentro del patrón conservador, pero la idea existe, que es á lo que vamos: la idea de que es necesario educar especialmente a las mujeres, hoy, por lo visto ineducadas, y aquí hay que preguntar:¿Y a los hombres no? ¿Estos tienen toda la educación que necesitan?”
(…) eduquemos al hombre, quitándole su soberbia, y que aprensa á considerar absolutamente en todo como su igual a la mujer. Si es cierto que la emancipación de la mujer es hoy prematura, no lo es por su propia ineptitud, sino por la no preparación del hombre.” (“La educación masculina”. Acción Socialista, 11-7-1906).
Extendió su crítica de costumbres a todas aquellas actitudes que menospreciaban y humillaban a las mujeres, como la de ridiculizar a las solteras:
“Defiendo con calor a las mujeres, sacrificadas por un egoísmo que no ve ni oye: con toda mi energía defenderé a esas solteronas avergonzadas porque son inútiles. ¡Inútiles!. ¿Dónde están las leyes, donde las costumbres que les enseñen cómo es posible dejar de ser inútil en la sociedad? ¡El matrimonio o el ridículo!, eso es un absurdo.”(“Comentarios”. Revista Socialista, 16-12-1904).
Y contra el papel resignado y subsidiario que se asignaba a las mujeres:
La maternidad es; ciertamente, una función que dignifica, pero no es la única: el amor de las madres a sus hijos es inmenso. Es la abnegación completa, llega al olvido por parte de la madre de todo lo que no sean sus hijos, y es el primer elemento que cuenta para vivir el que viene al mundo: pero el amor material no es más que una manifestación del amor a la especie: cada hijo necesita a su madre: ¿quiere decir esto necesariamente que todas las mujeres sin excepción han de ser madres? (…)
No: muchas mujeres pueden vivir sin tener hijos, y no ser por eso inútiles, ni menos, ridículas. A ellas, mucho más justas y mucho menos amigas de hablar de más, no se les ocurre poner en solfa ni ridiculizar ni calificar de ningún modo a los hombres que no se casan ni son padres: se puede concurrir de varios modos a la preservación de la especie. Y además, todas las casadas no son madres tampoco: son esposas: ¿es que vale la sustitución de palabras? Lo que aquí falta es desprenderse de la absurda apreciación de los sexos: de esa separación que asigna a las mujeres desde que nacen el papel pasivo y secundario, dependiente y completamente uniforme que las leyes de todo el mundo le tienen reservado, para el que no se consulta la voluntad, en el que no intervine la vocación: es como una fatalidad, que desde el seno materno destina a las mujeres a la condición de muebles.” (“Comentarios”. Revista Socialista, 16-12-1904).
Isabel Muñoz Caravaca fue consciente de los graves problemas de la sociedad española de su tiempo:
“… hace cuarenta años desde mi oscuridad femenina, vengó observando: ese sistema es el espíritu nacional, el ideal no confesado, la aspiración inconsciente de la mayoría, casi puesto en práctica, con costumbres y hasta palabras propias: el santonismo, el caciquismo, los partidos turnantes, cosas exclusivamente españolas, se cultivan aquí como los melones y los garbanzos: y son ese espíritu, esa aspiración, y nada más.”. (“Variaciones sobre motivos del feminismo” Flores y Abejas, 1-10-1906).
Se la puede identificar con el pensamiento más avanzado:
“Soy ultraradical; solo me encuentro bien al lado de los que van los primeros camino de la revolución teórica;…” (“Variaciones sobre motivos del feminismo”. Flores y Abejas, 1-10-1906).
Isabel Muñoz Caravaca entendió que para superar los problemas de la sociedad, como la marginación de la mujer, eran ineludibles cambios sociales en profundidad:
“La revolución social se impone, es necesaria, es inminente,…” (“Revolución social”. Revista Socialista, 1-5-1904).
Revolución, en la que ella se mostraba dispuesta a asumir su compromiso aportando su labor de educadora:
“Los que hayamos de contribuir a ella tenemos primero una obligación indeclinable: transformar al pueblo educándole, alumbrar su inteligencia, despertar su juicio…” ¡Entonces, y antes no; entonces tendremos en nuestras manos los elementos de la revolución!” (“Revolución social”. Revista Socialista, 1-5-1904).
Por todo esto, se puede afirmar que Isabel Muñoz Caravaca fue una mujer adelantada a su tiempo, una pionera en la defensa de la plena igualdad del hombre y la mujer, a la vez que un adalid de los oprimidos y de la revolución social.