El 28 de junio de 1969, una redada de la policía en el pub Stonewall Inn de Nueva York fue la gota que colmó el vaso entre la comunidad LGTBI norteamericana. El hartazgo acumulado por el desprecio al que se veían sometidos día tras día, la persecución policial y la marginalidad a la que eran condenados, estalló y desencadenó un histórico movimiento en defensa de los derechos y la libertad sexual.
De esta rebelión social, que tuvo un importantísimo impacto en todo el mundo, nació la celebración del Día del Orgullo, una fecha de referencia para millones de nosotras y nosotros. En un momento en el que las agresiones contra el colectivo LGTBI no dejan de crecer -auspiciadas por un discurso homófobo cada vez más violento de la extrema derecha- y cuando el sistema capitalista continúa mercantilizando nuestra lucha para el lucro de las grandes empresas, es fundamental recordar los orígenes revolucionarios de nuestro movimiento y recuperar la memoria histórica de la comunidad LGTBI.
La década de 1960: turbulencias revolucionarias en el corazón de EEUU
La revuelta de Stonewall no se puede separar del contexto político general que golpeaba la primera potencia imperialista mundial a finales de los 50 y principios de los 60.
La guerra de Vietnam y la heroica resistencia del pueblo vietnamita, despertó un movimiento de masas en Estados Unidos, desnudó al imperialismo norteamericano ante millones de personas y colocó al gobierno contra las cuerdas. Esta oposición de la población estadounidense contra la agresión genocida en el país asiático fue una auténtica rebelión social, que se extendió incluso entre los propios soldados.
Todo ello coincidió con las grandes protestas a favor de los derechos civiles de la población negra. Desde mediados de los 50, el movimiento y algunos de sus dirigentes, como Martin Luther King o Malcolm X, que giraban radicalmente hacia la izquierda, fueron sacando conclusiones cada vez más avanzadas: no sólo exigían terminar con la segregación racial, sino también que los recursos dedicados a la guerra se utilizaran para combatir la desigualdad social y económica del sur y en las grandes ciudades del norte. Asimismo, la fundación del Partido de los Panteras Negras en 1966 tuvo un impacto extraordinario entre la comunidad afroamericana y la población pobre de EEUU.
El movimiento obrero también se puso en marcha, y a la oleada de huelgas en los puestos de trabajo se sumó el primer paro nacional de mujeres, en 1970, con una manifestación de más de 50.000 personas en Nueva York en demanda del derecho al aborto libre, guarderías públicas e igualdad en el ámbito educativo y laboral. Ese mismo año, también se convocó la primera huelga general estudiantil, con centenares de marchas y ocupaciones de Universidades, contra la represión de la Guardia Nacional en una protesta de estudiantes contra la guerra donde fueron asesinados cuatro jóvenes.
Es en este periodo de efervescencia revolucionaria, en el que comienzan a aparecer las primeras organizaciones gays. La más conocida, la Sociedad Mattachine, fundada por antiguos militantes del Partido Comunista, llegó a tener miles de afiliados a lo largo y ancho del país y pretendía “desarrollar una ética homosexual disciplinada, moral y socialmente responsable”. Desde un primer momento abandonaron la lucha en las calles, se negaron a vincularse con la clase obrera y se adaptaron rápidamente al sistema y a las vías gubernamentales capitalistas. En 1953, la Mattachine Society dio un importante giro a la derecha y, tres años después, se declaró anticomunista.
Mientras tanto, la política del Partido Comunista de los Estados Unidos fue nefasta: siguiendo los dictámenes de la Internacional Comunista estalinista, degenerada y burocratizada hasta la médula, se posicionaron en contra de la comunidad LGTBI llegando a plantear que la homosexualidad era una idea “burguesa”. Una posición que no sólo obviaba la opresión sexual y de clase que sufría la gran mayoría de gays, lesbianas o trans en EEUU, sino que además, nada tenía que ver con la defendida y llevada a cabo por los bolcheviques en la Rusia de 1917.
El ‘sueño americano’, la pesadilla del colectivo LGTBI
La comunidad LGTBI llevaba décadas sufriendo un ambiente represivo asfixiante. La caza de brujas impulsada por el senador republicano Joseph McCarthy contra el comunismo y la izquierda en general, consideraba la homosexualidad como una actividad “antiamericana” y fue duramente perseguida. En la mayoría de los estados se prohibieron explícitamente las relaciones entre parejas del mismo sexo bajo la “ley de sodomía” -que existió hasta 2003- , y en 1950 el senado empieza a investigar a “presuntos homosexuales y pervertidos”.
Durante esta década, fueron despedidos de sus empleos gubernamentales 2.000 homosexuales al año, aumentando hasta los 3.000 en los 60. Miles de personas fueron arrestadas por “crímenes contra la naturaleza” o “comportamientos lascivos” por su forma de vestir, hablar o moverse. Las personas LGTBI que terminaban en los calabozos no sólo temían las violaciones y las palizas de la policía, sino las implicaciones que ello conllevaba: marginalidad social, el rechazo de familiares y amigos, la pérdida del empleo…
Dentro del colectivo las personas trans enfrentaron la mayor opresión y violencia. Con estas palabras lo describió la histórica activista trans Sylvia Rivera: “Me han pegado. Me han partido la nariz. Me han encerrado en la cárcel. Me han violado muchas veces, y lo han hecho hombres heterosexuales, no hombres homosexuales. He perdido mi trabajo y he perdido mi casa por luchar por la liberación gay”.
Nueva York y el barrio de Greenwich Village
Las leyes contra la homosexualidad eran especialmente duras en Nueva York. Gracias a una ley de 1933 que recogía que los bares no podían dar trabajo ni tampoco servir al colectivo LGTBI, la policía se infiltraba en los clubs nocturnos para acosar y detener a gays, lesbianas o trans que tuvieran algún tipo de encuentro afectivo o sexual. Entre 1933 y 1966, cerca de 50.000 personas fueron arrestadas en garitos, parques, metros o baños públicos en Nueva York.
Ante la imposibilidad de poder relacionarse y disfrutar del ocio en espacios seguros, la comunidad LGTBI fue empujada a los barrios marginales de la ciudad y a locales de baile regentados y controlados por la mafia que, mediante el pago de sobornos a la policía, conseguían sortear las prohibiciones contra el colectivo.
Uno de esos barrios era el Greenwich Village -donde se encontraba el bar Stonewall Inn-, un barrio obrero, con una gran mayoría de población afroamericana y latina, y donde también la pobreza, las drogas, la prostitución, el VIH y las redadas policiales injustificadas estaban a la orden del día.
Todo esto, unido a la experiencia de los primeros episodios de respuesta del colectivo LGTBI contra las emboscadas policiales en San Francisco, Filadelfia o Los Ángeles, fue el caldo de cultivo que dio lugar al estallido de Stonewall.
De la rabia a la revuelta
El martes 24 de junio de 1969, el comandante de la unidad antivicio del Departamento de Policía de Nueva York organizó una nueva redada y desalojó en Stonewall Inn. Unos días más tarde, la madrugada del 28, la policía volvió para tratar de cerrar definitivamente el club. Quienes se encontraban allí dentro, en su mayoría personas trans negras, drag queens y jóvenes, se enfrentaron a las patrullas y esa noche terminó con fuertes choques. La rabia que se respiraba era tal, que la policía tuvo que encerrarse dentro hasta que pudieron escapar.
A la mañana siguiente, los disturbios en el Stonewall aparecieron en los medios de comunicación, acompañados de una campaña vomitiva de criminalización que tachaba a los manifestantes de “porristas homosexuales”. Los insultos y los intentos de descalificar la lucha, unido al reparto de panfletos que un grupo realizó por el barrio, encendieron todavía más los ánimos: al día siguiente ya eran 2.000 las personas, llegadas desde todos los rincones de la ciudad, las que participaron en la protesta. Durante seis días seguidos, el barrio entero fue tomado por la determinación y la valentía del colectivo LGTBI. No se trataba de proteger un bar, sino de poner fin a décadas de opresión, exigir una vida digna y no tener que agachar nunca más la cabeza.
El movimiento rápidamente se extendió. Un mes después, en Nueva York se celebró la primera marcha LGTBI, desde Washington Square a Stonewall con centenares de personas. Al año siguiente (1970), en conmemoración a la victoria ante la brutalidad policial en Christopher Street, se convocó una movilización desde Greenwich Village que recorrió 51 manzanas por la Sexta Avenida hasta Central Park. Participaron 15.000 personas. Así nació el día del Orgullo.
El movimiento se empieza a organizar: el Frente de Liberación Gay
Tras unas semanas de intensa lucha, los sectores más conscientes y avanzados que impulsaban el movimiento sacaron una conclusión fundamental: había que organizarse para extender y fortalecer la lucha. De esta necesidad surgió el Frente de Liberación Gay (GLF), cuyo nombre era un guiño al Frente de Liberación Nacional en Vietnam, quienes grabaron en su ADN un claro carácter de clase y antiimperialista. El 14 de noviembre de 1969, salió el primer número de su periódico Come Out! en el que se podía leer: “nos identificamos con los oprimidos, la lucha vietnamita, el tercer mundo, los negros, los trabajadores [...] todos aquellos oprimidos por esta sucia, podrida, vil y jodida conspiración capitalista” [1]. Una de las señas de identidad del GLF fue su orientación hacia los Panteras Negras: asistieron a su conferencia de 1970 y establecieron lazos con algunos de sus dirigentes [2]. El GLF hablaba abiertamente de anticapitalismo, se presentaban como “un grupo revolucionario homosexual” y anunciaban que “no seremos una burguesía gay en busca del estéril ‘sueño américano’ [...]”.
Entre las acciones que llevaron a cabo, destacan las sentadas en establecimientos que se negaban a atender personas homosexuales, ocupación de oficinas de periódicos homófobos, organizaron escraches a políticos conservadores y continuaron con protestas centralizadas contra las redadas. Organizaron bailes para recaudar dinero y así poder alejarse de los tentáculos de la mafia y fomentar un ocio sano para los jóvenes LGTBI. Gracias a estas recaudaciones, financiaron su periódico, crearon una caja de resistencia y servían almuerzos para los pobres.
El Frente de Liberación Gay fue un enorme paso adelante para la lucha LGTBI de clase y revolucionaria, y fue la expresión del auge de la lucha de clases tanto en EEUU como a nivel internacional: en Londres se formó un grupo del GLF que llegó a celebrar reuniones semanales con 300 personas.
Pero, a medida que la organización iba creciendo, nuevas tendencias y prejuicios reaccionarios comenzaron a aparecer en su seno. Poco a poco, la organización se fue diferenciando en líneas de clase. Por un lado, quienes catalogaban a los heterosexuales como los enemigos, defendían que el sistema era reformable y abogaban por la “revolución cultural”. Por el otro, quienes se mantuvieron firmes en señalar al capitalismo como el culpable de la opresión sexual, de género, de clase y de raza. Dos de estas dirigentes fueron Sylvia Rivera y Marta P. Johnson, quienes fundaron Street Transvestites Action Revolutionaries (STAR): una plataforma para luchar contra el racismo, la transfobia, la prostitución y de apoyo a las personas trans sin hogar.
Gracias a la incansable batalla que el colectivo LGTBI más pobre y golpeado impulsó, en la década de los 70 se eliminaron las prohibiciones federales que afectaban al colectivo y se eliminó la creencia médica de que los homosexuales necesitaban tratamiento psiquiátrico. En 1979, la marcha nacional a Washington se convirtió en la mayor protesta en defensa de los derechos LGTBI celebrada hasta entonces con 100.000 personas.
Porque fueron, somos. Por un movimiento LGTBI de clase y socialista
Desde aquella noche de junio en el Stonewall hasta hoy han pasado 53 años. Hemos ganado mucho gracias a la lucha, pero a pesar de los avances sobre el papel, las leyes aprobadas y muchos políticos capitalistas que hacen gala abiertamente de su homosexualidad, nuestra opresión no ha desaparecido. Al contrario, se recrudece con la crisis económica y el avance de la extrema derecha en todo el mundo.
El sistema y sus defensores comprendieron y comprenden perfectamente el origen de la lucha LGTBI, por eso llevan años desarrollando una campaña sistemática para tratar de aplastar su carácter de clase y desarticular la protesta: los desfiles oficialistas del Orgullo patrocinados por grandes empresas automovilísticas y bancos, los partidos de la derecha participando con sus carrozas, organizaciones LGTB absorbidas a la lógica capitalista, y un largo etcétera. No es casualidad que, ante esta ofensiva consciente, cada año las manifestaciones del Orgullo Crítico crecen en participación y combatividad.
Cada vez somos más los que entendemos que este sistema no funciona para la gran mayoría. Hay una percepción cada vez más consciente de la íntima relación que guardan la opresión LGTBI con la opresión de clase, con la pobreza, la falta de un empleo o vivienda digna para la juventud… Necesitamos recuperar la bandera de Stonewall, el grito de las Lesbians and Gays Support the Miners en Gran Bretaña, la valentía del colectivo, con las trans a la cabeza, que llenaron Las Ramblas de Barcelona en la primera protesta LGTBI bajo la dictadura franquista. Bebemos de todas estas experiencias porque somos parte de ese legado y perseguimos el mismo objetivo: romper con las cadenas que el capitalismo nos impone, y construir una sociedad socialista donde podamos disfrutar en libertad de nuestra sexualidad, de nuestros cuerpos, y donde podamos ser quienes realmente somos.
Tenemos un mundo por ganar.
Notas
[1] Primer número del periódico Come Out!
[2] El FBI y el Gobierno poco tardaron en comprender el peligro del vínculo de estos dos movimientos; tal es así, que en un documento federal de ese mismo año se habla de la “preocupación por una conexión entre el movimiento homosexual y el Partido Panteras Negras”.