El lunes 28 de agosto Juana Rivas entregaba a sus hijos en las dependencias de la Guardia Civil de Granada. Unas horas después, el padre de éstos, condenado por violencia de género en 2009 y con otra denuncia por malos tratos continuados de julio de 2016, salía con ellos a la espera de la decisión judicial que le permita llevárselos definitivamente a Italia.

La explotación laboral se ha recrudecido durante esta década de crisis. En este contexto, la opresión contra la mujer trabajadora se ha vuelto más cruel e insoportable todavía. Bajo el capitalismo padecemos una doble explotación: como mujeres, porque se nos responsabiliza de las tareas del hogar y del cuidado de la familia, y como trabajadoras en las empresas, donde se nos utiliza de mano de obra barata.

La brecha salarial entre hombres y mujeres en el Estado español es más alta que nunca: las trabajadoras recibimos de media un 24% menos de salario por el mismo trabajo, lo que nos condena a tener pensiones más bajas y, por tanto, a una peor calidad de vida también en la vejez. Eso cuando conseguimos completar nuestra vida laboral y jubilarnos a los 65 años, porque los recortes y privatizaciones de los servicios públicos como guarderías, dependencia o sanidad obliga a muchas mujeres a abandonar sus empleos para dedicarse al cuidado de hijos o familiares. La tasa de paro es más elevada entre las mujeres, un 20% frente al 17% de los hombres, además de padecer en mayor grado la precariedad.

En los últimos años ha salido a la luz que las fiestas populares son uno de los puntos con mayor concentración de agresiones machistas. El ocio embrutecedor del alcohol y las drogas que el capitalismo ofrece a la juventud, unido a la situación de degradación social y la impunidad por parte de las instituciones a los agresores, son el campo de cultivo perfecto para la proliferación de más y más agresiones machistas.

Las salvajes violaciones múltiples que se denunciaron en la Feria de Málaga en 2014 y en los Sanfermines del año pasado son sólo algunos de los casos más escandalosos y sonados. Sin embargo, no son una excepción, sino la punta del iceberg de los abusos y agresiones machistas —tocamientos, acoso y persecuciones en la calle, insultos...— que se suceden cada verano en las fiestas populares de barrios y ciudades, o en espacios de ocio nocturno cada fin de semana.

Los planes de imponer [por parte del gobierno de derechas] la prohibición total del aborto ha provocado una masiva e incontrolada explosión de furia en Polonia: el lunes 3 de octubre se convocó una huelga de mujeres inspirada en el ejemplo de las islandesas que en 1975 hicieron una huelga nacional de mujeres.

En Varsovia más de 50.000 mujeres se manifestaron bajo una lluvia torrencial, 30.000 en Breslavia y 25.000 en Cracovia, decenas de miles más lo hicieron por todo el país. En Poznan hubo enfrentamientos con la policía, mientras en Kielce los manifestantes derribaban una controvertida exposición homofoba. Incluso los cálculos conservadores de la policía hablan de 98.000 personas en más de 143 protestas en todo el país. El partido de izquierdas Razem situaba la cifra en más de 140.000 personas. Probablemente son las protestas más grandes en defensa del derecho al aborto que ha vivido Polonia, superando con creces a las de 1993 cuando se aprobó la prohibición actual del aborto.

La lucha de millones de mujeres trabajadoras a lo largo y ancho del mundo en los últimos años ha despertado una enorme simpatía y solidaridad entre quienes, de una forma u otra, sufrimos la opresión del sistema capitalista.

El martes 14 de marzo un grupo de extrema derecha “Hogar social de Madrid” realizó una serie de acciones machistas en la universidad complutense. Colgaron pancartas y carteles por distintas facultades atacando y ridiculizando las reivindicaciones de los movimientos feministas bajo a una supuesta defensa de la “cultura” y el “lenguaje”.